Estando en el vientre de una ballena, Jonás se reconsagró al propósito del Señor. Pero la popular historia de la Biblia en cuanto a las consecuencias de la desobediencia, no termina cuando Jonás obedece a Dios. El libro finaliza, cuando él reconoce por qué no quería la tarea, y con la reprensión del Señor por sus razones egoístas. Jonás temía que los ninivitas, que eran una amenaza para el pueblo judío, podían, en verdad, arrepentirse, y entonces el misericordioso Dios de Jonás no los destruiría. El renuente profeta reconoció que quería verlos exterminados: “Por eso [para impedir su salvación] me apresuré a huir a Tarsis” (Jon. 4:2). Cuando el Señor cambió de parecer, el viaje de Jonás fue un éxito para todo el mundo, menos para él.
Los creyentes se resisten a hacer la voluntad de Dios por muchas razones. A veces, aunque no nos gusta confesarlo, decimos no porque no nos gusta el resultado probable de la obediencia. Perdiendo de vista las cosas espiritualmente importantes y concentrarnos en nuestros propios deseos y bienestar.
Nuestra infelicidad, no es razón para poner resistencia al plan de Dios. Si el Señor nos llama a actuar, Él se encargará de los resultados. Nuestra obligación es obedecer.
¿Qué forma de egoísmo le está impidiendo obedecer al Señor? Quizás está demasiado enojado(a) con su pareja para tratar de salvar su matrimonio, o demasiado herido(a) para aceptar el regreso al hogar de un hijo arrepentido. Pero no debemos ser gobernados por nuestros sentimientos. Su deber es obedecer. El resultado final podría sorprenderle, par-ticularmente por lo bendecido(a) que será por haber obedecido al Señor.
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