El ofidio estaba allí, manso, callado, tranquilo, descansando como lo hacía todos los días. Había tenido ya su comida diaria: un conejo vivo que había deglutido como saben hacerlo todas las pitones de Birmania.
Alejandro Henry, niño de nueve años de edad y dueño de la pitón, jugando, le ofreció su pierna para que el animal se enroscara. Y la pitón lo hizo, pero también abrió la boca y comenzó a tragarse el pie. A oír los alaridos del chico, acudieron los padres. Tuvieron que llamar a los bomberos para librar al muchacho de la boca de la pitón. Ya le había succionado media pierna.
¿Cómo se le ocurre a un niño de nueve años de edad tener una pitón como mascota? Más aún, ¿como se les ocurre a sus padres permitirlo?
La crónica que publicó esta noticia decía que la serpiente era sólo una parte de la colección que tenía el muchacho. Había iguanas, tarántulas, escorpiones, víboras y murciélagos. Estaban todos en la casa sin permiso de las autoridades. Por supuesto, le hicieron vaciar todas sus jaulas y limpiar su cuarto de animales peligrosos.
¿Será posible que tengamos cohabitando con nosotros también insectos y víboras mortales? No necesariamente pitones de Birmania, o de la India o del Brasil. Pueden ser vicios y pasiones, o celos, odios y venganzas que son boas constrictoras que en forma peor que los ofidios de carne y sangre, aprisionan y muerden y trituran y tragan.
Cuando los vicios, los resentimientos y los odios primero entran en la vida, esconden sus fauces traicioneras. Pero con el paso del tiempo, atrapan de tal modo que es casi imposible librarse de ellos. Lo triste es que aunque la víctima niega el dominio del vicio, poco a poco éste la va consumiendo.
Para Alejandro Henry hubo liberación, pues lo rescata ron a tiempo. Así mismo hay liberación para el hombre o la mujer presos del alcohol, de la droga o de cualquier otra pasión, no importa lo fuertes o viejos que sean esos vicios.
Es difícil pensar que pueda haber un día de completa liberación, y ciertamente no podemos librarnos solos. Lo que necesitamos es la ayuda de Jesucristo. No importa que nuestro vicio sea más fuerte que nosotros, porque Cristo es más fuerte que nuestro vicio. Él puede librar, limpiar, sanar, regenerar y dejarnos completamente libres. Cristo es y será siempre el supremo Libertador.
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