Gracia es la bondad y la misericordia de Dios extendidas a quienes no la merecen ni pueden ganarla, y cuyos beneficios están al alcance de todos.
Dios hace que nuestro corazón palpite, que nuestros cuerpos se sanen y que podamos dar y recibir amor sin importar lo que la gente piense de Él. El Señor ofrece perdón al rebelde, libertad al pecador e intimidad con Él a todos los que ponen su fe en Cristo como Salvador. Por medio de Jesús, Dios ofrece acceso al trono de la gracia (He. 4:16), donde el Salvador sirve como sumo sacerdote, intercediendo por los suyos (He. 7:25). Sabemos que podemos acercarnos confiadamente a Dios, porque no hay ninguna condenación para quienes pertenecen a Él (Ro. 8:1).
Pero no siempre fue así. Israel, el pueblo escogido por Dios, vivía bajo la Ley, no bajo la gracia. Eran un pueblo desobediente; y Dios, por su misericordia, estableció el sistema de sacrificios para darles, simbólicamente, la manera de recibir el perdón de sus pecados. Sin embargo, Jesús nos da un perdón permanente, porque Él murió una sola vez por todos los pecados (He. 7:27). Era humanamente imposible obedecer cada aspecto de todos los 613 mandamientos que Dios entregó a Moisés, pero Jesús cumplió la Ley por nosotros. Podemos, entonces, acercarnos al trono de Dios directamente, porque nuestro Salvador dio Su vida por nosotros.
Como creyentes, nuestro fundamento inconmovible es la gracia de Dios, que está sobre nosotros como un toldo que nos recubre como un muro protector. Cuando esta verdad penetra nuestras mentes y nuestros corazones, nos convertimos en expresiones del amor, la misericordia y la bondad de Dios para los demás.
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