miércoles, julio 04, 2007

Por instinto y no por razonamiento

por el Hermano Pablo

Eran compañeros de infancia. Se habían criado juntos, y les había enseñado el mismo tutor. Juntos habían recorrido varios países, en los que habían trabajado. Incluso, habían aparecido juntos en varios circos y películas. Pero el tiempo, finalmente, los cubrió con su manto blanco, y ya viejos, Garth y Percy se jubilaron juntos en un zoológico. Porque Garth y Percy eran dos hipopótamos.

En un mes de agosto, unos vándalos mataron a Percy de un tiro, y su compañero Garth nunca se consoló de su muerte. Un año después, en una gran tormenta, Garth se quedó obstinadamente a la intemperie, y murió fulminado. Algunos expertos en psicología animal concluyeron que su muerte fue voluntaria.

En el libro de los Proverbios, el sabio Salomón nos enseña que aun los animales pueden servirnos de maestros. En un conocido pasaje, mediante la lección que da la hormiga, nos exhorta sobre la haraganería: «¡Anda, perezoso, fíjate en la hormiga! ¡Fíjate en lo que hace, y adquiere sabiduría!» (Proverbios 6:6).

Eso mismo debemos hacer en el caso de los hipopótamos. La lección es clara. Si entre los animales hay evidencia de lealtad y de afecto, ¿por qué será que entre nosotros los seres humanos hay tanta desconfianza, tantos celos y tanto odio? ¿Por qué nos hacemos daño el uno al otro? Los amigos se traicionan por la menor razón. Los hermanos se odian a muerte por bienes raíces. Los padres abandonan a sus hijos, y los hijos deshonran a sus padres.

Un viejo hipopótamo pierde a su camarada en un acto vandálico, y nunca se consuela. Al año de la muerte de su compañero, busca voluntariamente su propia muerte. ¿Qué tienen los animales que nosotros los seres humanos no tenemos?

La respuesta debiera ser la vergüenza más grande de la raza humana. El reino animal, que no conoce el odio, se rige por el instinto. En cambio, el reino humano se rige por el raciocinio. Es triste que sea más leal un animal que un ser humano. ¿De dónde viene la predisposición a odiarnos los unos a los otros? Viene del pecado que reina en nosotros. El mal no está en nuestra cabeza sino en nuestro corazón.

¿Quiere eso decir que el género humano está destinado a odios y traiciones y matanzas y guerras? En sentido colectivo, sí. Pero no en sentido individual.
Jesucristo nos ofrece la alternativa de un nuevo nacimiento, un cambio radical en nuestra naturaleza, un nuevo corazón. Eso es precisamente lo que ocurre cuando le entregamos nuestra vida. Él quiere y puede cambiar nuestro corazón.

Entreguémosle a Cristo nuestra voluntad. Rindámosle nuestra vida. Regresemos al Dios que tanto nos ama. Él será nuestro Señor, y nos dará un nuevo corazón. Si nos entregamos a Él, nuestra vida entera cambiará.

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