Muchas personas tienen una idea equivocada sobre el amor de Dios. Creen sinceramente que pueden esforzarse para ganarlo, pero no es así. Otras suponen erróneamente que pueden perder Su amor. En vez de acudir al Señor cuando surgen los problemas, lo que hacen es correr y esconderse. Esto fue lo que hicieron Adán y Eva en el huerto. Sabían que estuvo mal quebrantar el mandamiento de Dios, pero en vez de buscar Su perdón, reaccionaron con vergüenza y se escondieron de Aquél que los había creado y amado incondicionalmente.
¿Está herido el corazón de Dios por el pecado? Claro que sí. Pero esto no neutraliza Su amor o Su capacidad para perdonar.
A veces, las consecuencias del pecado pueden parecer graves. Pero una de las lecciones más grandes que uno puede aprender, es que Dios utiliza aun nuestros peores errores para enseñarnos grandes lecciones sobre Su amor y perdón. Satanás tratará de hacerle creer que usted ha fallado, y que Dios ya no está interesado en su vida.
Él es nuestra fuente de fortaleza y esperanza. El Señor tiene la capacidad de sanar cualquier herida y restaurar lo que el pecado ha arruinado y quitado. Pero primero tenemos que recibir Su misericordioso regalo de amor. Sólo entonces nos arriesgaremos a amar y ser amados por los demás, que es lo que produce un cambio positivo en la vida.
El autor de Proverbios escribió: "El amor cubrirá todas las faltas" (10:12). Dios, motivado por Su amor infinito, fue quien cubrió el pecado y la desnudez de Adán y Eva (Gn. 3:21). Él demostró así Su amor sin medida, y lo sigue haciendo hoy. Es increíble la manera como las personas viven sus vidas encerradas en tres cosas: yo, yo y yo. Nunca se toman un tiempo para observar las sutiles expresiones de gracia y de compasión de parte de Dios.
A veces, lo que se necesita es un cambio de enfoque. Pensemos en el relato de Juan 8:3-11, sobre la mujer sorprendida en adulterio, y que fue utilizada por los fariseos para tenderle una trampa a Jesús. Sin embargo, su plan se les vino rápidamente abajo cuando nuestro Salvador los desafió diciendo: "El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella" (v. 7). Nadie lanzó piedras ese día. Jesús se volvió a la mujer, que estaba echada a sus pies, y le preguntó: "¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?"
¿Es usted capaz de imaginar el miedo y la vergüenza que sitió esta mujer? Hay algo maravilloso en cuanto a la presencia de Dios, que transforma aun a la persona más pecadora. Ella respondió: "Ninguno, Señor". Esa sola palabra hace toda la diferencia en nuestras vidas: Adonai. Señor. ¡El que salva! "Ni yo te condeno", dijo el Señor. "Vete, y no peques más" (v. 11). Su mensaje para ella fue: "Te amo".
Tal como lo descubrió la mujer de Juan 8, una vida apartada del amor de Dios es vacía y carente de sentido. Sin ese elemento clave, seguirá luchando con sus sentimientos de vergüenza, soledad, derrota y frustración. Sólo hay una solución: rendir su vida a Jesús. Si lo hace, Él le dará una profunda conciencia de Su amor que le llenará y le cubrirá, no sólo para el día de hoy, sino para toda la eternidad.
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