Jesús desafió las expectativas del mundo en cuanto a lo que era un ser divino. Muchos judíos de ese tiempo esperaban un rey poderoso que los liberaría al vencer a los romanos. Estaban listos para servir y adorar a esa clase de Mesías. Pero el Salvador fue un hombre humilde que no lo pensó dos veces para lavar unos pies sucios. Aunque Jesucristo pudo haber borrado la presencia romana de la región y haber sido glorificado como un gobernante terrenal, Él tenía clara la razón para estar aquí: vino a servir, no para ser servido (Mateo 20:28).
Pablo se refiere a Jesús como el que hizo el trabajo de esclavo. Este trabajador era responsable de las tareas más humildes de la casa, entre ellas el lavar los pies. Cristo vino al mundo para hacer cualquier trabajo que llevara a los hombres a conocerle como Salvador. Él valora todas las almas. Zaqueo, el despreciado cobrador de impuestos, recibió Su atención y Su amor al igual que el fariseo Nicodemo y el joven rico (Lucas 19:1-10; 18:18-25; Juan 3:1-8). Jesús también dedicaba tiempo a los que estaban en el peldaño más bajo de la escalera social, sanando a los enfermos y afligidos, y hablando con los niños.
La vida de un servidor no está centrada en sí mismo, sino en Dios y Su obra. La Biblia nos llama a servir al Padre siguiendo e imitando a Su Hijo. Los creyentes nunca llamarían débil a Jesús, pero probablemente sí quienes van tras la versión mundana del éxito. ¿Está preparado para desafiar la idea que tiene nuestra cultura sobre el poder, aceptando la humilde posición de servidor?
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