Alabad a Dios en su santuario; Alabadle en la magnificencia de su firmamento.
Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza
Salmo 150; 1-2
Muchos tenemos una idea de lo que se siente cuando se está enamorado. Cuando estamos separados, pensamos siempre en el objeto de nuestro amor, y ardemos en deseos de pasar tiempo juntos. Muchas veces contamos historias y describimos los atributos de la otra persona, para que todos sepan lo maravillosa que es esa persona especial. En una palabra, alabamos al ser amado.
David es descrito en la Biblia como un hombre conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14).
La alabanza era una de las maneras como él buscaba honrar a su amado Señor. Los salmos contienen su adoración en palabras; allí encontramos versículos como: “Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán” (Salmo 63:3). David expresaba también su amor al Señor mediante la danza (2 S. 6:14). Este rey tenía una relación muy apasionada con Dios.
¿Amamos nosotros al Señor con la misma clase de entusiasmo, sin ninguna vergüenza, que exhibía David? Algunas personas, por supuesto, son más inclinadas a las demostraciones de fervor que otras, pero muchos de nosotros dejamos que la vergüenza sofoque nuestra alabanza. Hay cristianos que se preguntan qué pensarán los demás si cantan demasiado alto. A otros les preocupa que sus amigos o compañeros de trabajo los consideren fanáticos si hablan mucho del Señor.
Dios es digno de alabanza. Él es nuestro Amigo, nuestra Roca y nuestro Protector. ¡El Señor nos salvó de la muerte! Si permitimos que la opinión de los demás nos cohíba, podremos olvidar que Él es el único público que importa. Desde la creación, el Señor ha merecido y recibido la ofrenda de la alabanza para Su gloria. No tenga temor ni se sienta avergonzado de darle a Dios lo que Él se merece.
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