Después de su resurrección, Jesús dijo a los discípulos que se quedaran en Jerusalén y esperaran. Aunque habían vivido con el Señor y le habían servido por tres años, se requería algo más antes de que pudieran realizar la obra de Dios. Necesitaban la presencia divina, el Espíritu de Dios, que les equiparía y daría poder para cumplir con su tarea divina.
¿Qué es el Espíritu Santo? Él es Dios el Espíritu –la tercera persona de la Trinidad, en la misma posición y relación con Dios el Padre y Dios el Hijo. Jesús hablaba las palabras de Su Padre, y buscaba glorificar a Dios; igualmente, el Espíritu habla solamente lo que Él oye, y Su propósito es glorificar a Cristo (Juan 16:13, 14). Él es el cumplimiento de una promesa hecha por Dios a todos los que han puesto su fe en Jesús como Salvador.
El Espíritu viene de parte de Dios en el nombre de Jesús como un regalo para todos los creyentes. Cuando una persona pone su fe en Cristo como Salvador, se convierte en una nueva creación; es ahora hija de Dios, y el Espíritu Santo mora en ella.
¿Cuál es el propósito del Espíritu? Jesús lo llamó nuestro Consolador, que nos enseña y nos recuerda lo que hemos aprendido (Jn. 14:26). Es nuestro compañero constante, que está siempre con nosotros (Jn. 14:16). Él procura transformarnos a la semejanza de Cristo en nuestras actitudes y prioridades, y en nuestra mente y conducta.
Algunos cristianos han creído erróneamente que el Espíritu es una fuente de poder, en vez de ser una persona divina. Él es Dios el Espíritu, y Su presencia dentro de nosotros es clave para poder obedecerle.
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