Dios ha dispuesto trabajo para que lo hagamos, y nuestra tardanza para llevar a cabo Su plan es desobediencia. Eso convierte a la procrastinación habitual en un problema serio.
Como cristianos, no sólo damos largas a la lectura diaria de la Biblia y al diezmar, sino que también aplazamos…
Servir en la iglesia. Prometemos estar dispuestos a trabajar, pero nos llaman a hacerlo y decimos que no. Si examinamos nuestros sentimientos descubriremos que le estamos sacando el cuerpo a los que no nos gusta o a aquello en que nos sentimos incompetentes.
Compartir nuestra fe. Podemos ponernos muy nerviosos por no saber cómo hablar, por la reacción que recibiremos y por no poder responder bien las preguntas que nos hagan. Cuando nos vemos amenazados por la inseguridad, muchas veces decidimos callarnos y no hacer nada.
Rendir nuestra voluntad a la del Señor. El solo pensar en darle el control a Dios de ciertas áreas de nuestra vida, genera sentimientos de temor en muchos de nosotros. Por eso nos aferramos a nuestra voluntad y evitamos la del Señor. El verdadero sometimiento dice: “Señor, estoy dispuesto a hacer lo que Tú quieras en esta situación. Voy a obedecer Tu Palabra”.
Al cabo de poco tiempo, por nuestra procrastinación, nuestro crecimiento espiritual se detiene. Entonces nuestra utilidad al Señor y nuestra sensación de gozo en Él disminuyen.
El Señor nos ha pedido que seamos Sus embajadores en un mundo que sufre, de acuerdo con Su plan y agenda (2 Co. 5:20). Por tanto, en la vida del creyente no tiene cabida la procrastinación. ¿En qué áreas de su vida le hace pensar esto?
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