¿Se ha preguntado usted alguna vez por qué razón no hace esa decisión crucial es su vida? ¿O qué le impide terminar las tareas en su casa o los proyectos en su trabajo? La excusa más común para aplazar la realización de las cosas es: “Ahora estoy demasiado ocupado”. Pero las verdaderas razones no están en una fuente externa, sino en nuestra mente. La procrastinación se produce cuando queremos evitar las incomodidades o las dudas personales.
Pensemos en dos áreas en las que los cristianos acostumbran diferir con más frecuencia. Lo primero es la lectura de la Biblia. Para algunos de nosotros, el no saber dónde empezar o que método de lectura seguir, puede hacernos sentir incompetentes. Para evitar este incómodo sentimiento, podemos dejar de tratar de leerla. O, si meditamos en realidad en un pasaje bíblico, el Espíritu Santo podría señalar actitudes y conductas pecaminosas que hay en nuestra vida y que el Señor quiere cambiar. Es entonces cuando pueden surgir sentimientos de incomodidad, incompetencia o vergüenza. Para liberarnos de esos sentimientos de intranquilidad, simplemente no seguimos leyendo.
La procrastinación es también una práctica común en el área del diezmo. Dar generosamente a Dios significa usualmente reducir ciertos gastos. La mayoría de nosotros desearíamos tener más ingresos, no menos; por eso nuestra mente nos juega una pequeña broma diciéndonos: Será más fácil hacerlo la semana próxima. Pero siete días después se produce la misma historia.
Piense en las cosas que ha estado aplazando, y hágase esta pregunta: ¿Qué tan competente me siento para hacer esas tareas? Y ¿Qué emociones negativas siento en relación con ellas? Después, ore a Dios pidiéndole que le dirija.
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