viernes, enero 19, 2007

Lo que decimos se convierte en realidad

Lo que decimos se convierte en realidad: esta es una verdad que vemos en la Biblia. La vemos en Marcos 11:23, Mateo 21:21, Santiago 3:2 y muchos versículos más. Pero a menudo se nos olvida eso porque hablamos como el mundo en lugar de hablar la Palabra, y con el tiempo recibimos lo que hemos estado articulando: una gran confusión.

Si ha tenido esa experiencia, recuerde que lo que tiene en su vida es producto de sus palabras. Para que pueda cambiar lo que tiene, deberá cambiar lo que sale de su boca. Para cambiar el rumbo de su vida - de la muerte a la vida, de la enfermedad a la salud, del fracaso al éxito - , tendrá que medir sus palabras. Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Pero esa es la clave: tiene que decirlo para que sea hecho. ¿Cómo se empieza?

Tenga presente que este problema no se puede solucionar con lo natural, sino con poder espiritual, porque estamos hablando de una ley espiritual.

Santiago 3:7-8 dice que la lengua no puede ser domada con el mismo poder con que se doma a los animales; se necesita la sabiduría de Dios. La Palabra es la sabiduría de Dios (Proverbios 2:6). Jesús dijo que sus palabras son espíritu y son vida. Eso significa que se necesitan las palabras de Dios para domar nuestra lengua.

La boca del necio es quebrantamiento para sí, y sus labios son lazos para su alma.

–(Proverbios 18:7)

Segundo, arrepiéntase por haber permitido que otros, además del Espíritu Santo, usaran su lengua. Luego, entréguele su lengua a Jesús y decida que va a hablar palabras de amor, de fe, de gozo, de paz y de gracia. Las palabras de fe detienen los dardos de fuego del infierno.

Tercero, haga lo que Jesús dice en Marcos 4:24: "mirad lo que oís". O sea, considere sus palabras: "¿quiero que lo que acabo de decir se haga realidad?" Si la respuesta es no, deténgase y corríjase en ese momento, y reemplace las palabras negativas con alabanzas (Efesios 5:4).

Si no ha medidio sus palabras, cámbielas para que pueda cambiar el rumbo de su vida. Pida al Señor que guarde su boca (Salmos 141:3). Ponga el poder de la lengua a trabajar a su favor; deje de usarla para causar confusión y empiece a usarla para hacer milagros. En su boca hay un milagro.

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