Kawana Michele Ashley, de Londres, Inglaterra, estaba otra vez en problemas. Nuevamente había quedado embarazada. Un hijo no deseado se estaba formando en su vientre.
Preguntó precios en varias clínicas de aborto. Todas cobraban más de lo que ella podía pagar. La abuela, con quien vivía, le había dicho que no aguantaba un hijo más. La joven, de diecinueve años de edad, se vio sola, desamparada y sin ningún recurso.
¿Qué hizo? Consiguió un revólver, se encerró en su cuarto, enfiló el cañón del arma en el vientre, y disparó. La bala, además de herir a la madre, destrozó una manita del bebé, ya de seis meses de gestación. Hubo que hacer una cesárea de urgencia. La madre se salvó, pero la criatura murió.
¿Habrá palabras para calificar semejante acto? A la joven la acusaron de asesinato en tercer grado. ¿Era totalmente culpable? ¿Había atenuantes a su favor? ¿A que se podía atribuir su conducta?
Uno de los posibles atenuantes es la pobreza. Kawana Michele era una joven desempleada que no tenía profesión. Se formó con poca escuela o cultura, sin libros y sin nadie que la aconsejara. Sólo sabía que tenía un cuerpo con apetitos, y que los hombres que pretendían amarla no eran más que seductores que se aprovechaban de ella.
¿Qué hacer cuando de amores prohibidos nacen hijos indeseados? Cuando no hay dinero, no hay cultura, no hay valores y no hay conciencia, la solución es abortarlos. Así piensa una sociedad que ha perdido toda noción de moral cristiana y que se guía sólo por los intereses del momento. Esta es la sociedad que dice: «Si me gusta, vale; está bien que lo haga.»
La vida así, sin tomar en cuenta valores morales, es una amenaza segura a la existencia misma de la humanidad. Vivir sólo para satisfacer los instintos naturales —el hambre, la sed, el sexo y la supervivencia— es volver a los tiempos de las cavernas. Es regresar a la selva virgen. Es vivir como los animales.
¿Acaso la raza humana, creada a la imagen de Dios, no responde a valores espirituales? Cuando violamos esos valores, contraponiéndonos a las leyes de Dios, enfilamos hacia la destrucción total.
Entreguémosle nuestro corazón a Cristo. Permitamos que sea nuestro Señor, Salvador y amigo. Vivamos en armonía con sus enseñanzas. Sólo así recuperaremos la imagen del divino Creador. Identifiquémonos hoy mismo con Aquel que nos creó a su semejanza.
Por: Hermano Pablo
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