Habían estado separados ocho semanas. Eso no es mucho tiempo para personas que tienen poco interés la una en la otra. Pero para quienes se aman como Sarah Copley y Michael Blakesly, de Londres, Inglaterra, era un plazo excesivamente largo.
Al regresar Michael de su viaje por Yugoslavia, su novia Sarah, de floridos dieciocho años, lo estaba esperando en el aeropuerto. Fue tan grande la emoción del encuentro, que Sarah sufrió un agudo ataque de asma que le rompió las arterias. Murió ahí mismo, en los brazos de su amado. La emoción y el asma la mataron. «Esta joven de veras murió de amor», fue el dictamen del médico.
Esta noticia es triste pero romántica; penosa y sin embargo reconfortante. Deprime el espíritu, pero también infunde esperanza. En estos tiempos cuando el amor ha perdido casi por completo su valor, levanta el ánimo oír que una joven muera de amor.
La juventud de hoy ha cambiado el amor por la pasión sexual, rebajando así lo que Dios estableció como el valor más alto de la existencia. Pero esto no es problema sólo de los jóvenes. El amor a la familia que los padres deberían valorar mucho más que una montaña de oro, se ha venido también al suelo.
«Ya nadie hace nada por amor —comenta un periodista argentino—. Todo se hace por el más sórdido interés. El sexo, la lujuria y la concupiscencia ensombrecen la relación entre el hombre y la mujer.... Cuando el precio del amor cae tan bajo en la Bolsa de Valores, lo único que queda es la desesperación.»
Sin embargo, en medio de ese cuadro sombrío hay luces de esperanza. Todavía hay gente que sacrifica todo por amor. Todavía hay parejas que pueden repetir las palabras del Cantar de los Cantares: «Grábame como un sello sobre tu corazón; llévame como una marca sobre tu brazo. Fuerte es el amor, como la muerte» (Cantares 8:6).
Cuando Cristo es nuestro primer amor, toda nuestra vida se llena de su amor, que es como una fuente pura y cristalina que se derrama en el alma, bañando y purificando hasta lo más recóndito de nuestro ser. Sólo Cristo limpia el corazón para que podamos de veras amar.
por el hermano pablo.
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