La familia había estado ausente de la casa por algún tiempo. Al volver, hallaron polvo acumulado por todos lados. La señora de la casa, furiosa, no hacía más que barrer, sacudir y pasar el trapo. El polvo la tenía tan aturdida que no sabía qué hacer.
Por fin, en una explosión de rabia, la señora dijo: «¡Maldito polvo! ¿Por qué tiene que meterse por todos lados?» Y con gran furia levantó nubes de las microscópicas partículas que ella decía que no servían para nada.
Ese mismo día hubo un atardecer maravilloso, un atardecer con todos los matices de rojo, naranja, amarillo y violeta que a veces acompañan la puesta de sol. ¿De dónde sacaba la naturaleza esos brillantes colores con que cerraba el día? Los sacaba de ese humilde polvo atmosférico que, según la señora, no servía para nada.
He aquí una parábola que nos enseña una gran lección. El polvo atmosférico es responsable de esos atardeceres rojizos que son un verdadero paisaje celestial pintado por la maravillosa paleta del Creador. Nunca se podría ver esa maravilla de luz y color si no fuera por el polvo. Ese polvo que en las casas es una basura molesta, levantado al cielo y filtrado a través de esos maravillosos rayos produce la gama de colores que hacen los atardeceres tan ricos e incomparables.
¡Qué interesante que a los marginados del mundo, a los pobres, a los impedidos, a los pordioseros y a los enfermos mentales, hay quien ha tenido la osadía de llamarlos «el polvo de la tierra»! Estos, que se encuentran por todos lados, son, para algunos, una molestia. Los barren y los corren de aquí para allá. Los insultan, los desprecian y los maldicen. Nadie los quiere, y todos dicen que son unos inútiles. Pero vale notarse que cuando encuentran a Cristo, esos mismos pobres pintan uno de los cuadros más maravillosos de todo el universo: el cuadro de paz y armonía que produce el Evangelio de salvación.
En el sentido espiritual todos somos pobres, enfermos, inútiles y débiles. El que no conoce a Dios es pobre, por más que tenga. El que no conoce a Dios es iletrado, por más que sepa. Ante la gracia de Dios todos somos pobres y necesitados. Rindámosle nuestra vida a Jesucristo. Él le dará color y emoción a nuestra existencia. Él nos hará brillar con sus rayos divinos.
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