Uno de los grandes estorbos para nuestra vida de oración, es la falta de perseverancia. Muchas veces las personas dejan de orar demasiado pronto. Sentimos que, por haber pedido, la respuesta debe llegar de inmediato, o nuestra necesidad ha de ser satisfecha rápidamente. Pero Dios no es un botones, esperando traernos justo lo que necesitemos en el momento que se lo pidamos. En la mayoría de los casos, tenemos que ejercer paciencia y seguir orando.
A todos los cristianos les ha sido dado el Espíritu Santo para sellar su relación con Dios, y es Él quien orienta a los creyentes sobre cómo orar (Ro. 8:26). Tenemos la idea de que debemos venir a Dios sólo cuando tenemos una necesidad. Sin embargo, la oración lleva a la intimidad con Él. Si Dios nos diera todo lo que quisiéramos cuando se lo pedimos, no seríamos capaces de entender la dinámica de nuestra relación; nunca aprenderíamos lo importantes que son la paciencia y la dependencia.
Pensemos en Pablo, quien nos dice que rogó tres veces que le fuera quitado su “aguijón en la carne”, antes de recibir la firme respuesta negativa del Señor (2 Co. 12:8). Esto probablemente se refiere a tres largos períodos en lo que Pablo oró por recibir alivio. Cuando hemos estado orando por mucho tiempo en cuanto a algo, y no sentimos que nuestras palabras están yendo a alguna parte, no es ése el momento de renunciar a seguir haciéndolo. Tenemos que seguir orando en medio de esa situación. Dios está escuchando con atención nuestro clamor, y Su Espíritu es nuestro compañero constante, aunque no podamos “sentir” Su presencia o Su ayuda.
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