Si tenemos un espíritu no perdonador hacia otra persona, nosotros mismos experimentamos una forma de esclavitud. Y aun peor es el encarcelamiento emocional resultante del sentimiento de culpa por la falta, y de la convicción de que Dios debe condenarnos por nuestro pecado. Si es así, no entendemos lo que es el perdón divino.
La Biblia nos da una demostración gráfica del perdón de Dios y de Su actitud hacia Sus hijos. En Lucas 15:11-24, el menor de dos hermanos recibe su herencia por anticipado y la derrocha. Se queda sin nada y debe trabajar entre cerdos, un oficio despreciable para un judío. Cuando, desesperado, regresa a su casa, es recibido con los brazos abiertos y con una fiesta. El hijo no hizo nada para ganar el perdón de su padre ni la alegría por su regreso. Para entender qué es el perdón, tenemos que comprender que la motivación de Dios para perdonar los pecados se encuentra sólo en Él y en Su amor. Al igual que el hijo pródigo, no podemos hacer nada para merecerlo.
El hijo rebelde “volvió en sí” (v. 17), es decir, recapacitó en cuanto a sí mismo, y en la situación que había creado. Lo mismo hacemos nosotros cuando nos arrepentimos: tenemos un cambio de mente. El arrepentimiento, aunque se espera de los creyentes, no es un requerimiento para el perdón. El problema de nuestro perdón ya se arregló por completo en la cruz, y se aplicó a cada uno de nosotros personalmente cuando recibimos a Cristo como Salvador. Nuestro arrepentimiento es un cambio de pensamiento en cuanto a nuestras acciones, que nos permite experimentar el perdón de Dios sin ningún sentimiento de culpa.
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