El sabio Salomón escribe: «Al malvado lo atrapan sus malas obras; las cuerdas de su pecado lo aprisionan» (Proverbios 5:22).
Nosotros somos víctimas de nosotros mismos. Somos hoy el resultado de todo lo que hicimos ayer. El mundo que se nos viene encima es el gran monto de todo lo que nosotros mismos hemos creado. ¿Cuándo caeremos en cuenta? ¿Cuándo reconoceremos que nuestra vida presente es la cosecha de la semilla que nosotros mismos hemos sembrado?
De igual manera, el que goza de bien no es porque sea dichoso, o suertero o afortunado. La dicha consiste en saber sembrar la buena semilla. El apóstol Pablo lo expresó con sabiduría: «Cada uno cosecha lo que siembra» (Gálatas 6:7).
Aprendamos del gran sabio por excelencia, del Señor Jesucristo, Dios hecho hombre. Él tiene un plan para nuestra vida, un plan para nuestro bien. Pero Él no le impone su voluntad a nadie. El plan de Dios para el hombre siempre queda a opción del hombre mismo. Digámosle a Cristo, en oración sincera:
«Señor, mi vida es tuya. Haz conmigo lo que quieras. Yo me rindo a tu voluntad.»
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