Por el hermano Pablo.
La obra artística creció poco a poco. Con el tiempo, llegaría a ser una figura bella y llamativa. Día tras día —que llegaron a sumar cinco años de trabajo, más de dos mil quinientas horas de labor manual, y nada menos que sesenta y cinco mil escarbadientes— la obra prosiguió.
Al fin, Pierre Bourgués, de Marsella, Francia, dio por terminada su obra de arte: una figura del Cristo crucificado, de dos metros de alto y de impresionante realismo. «En los solos cabellos y la barba —dijo Bourgués— gasté diez mil mondadientes. Pero este no es el verdadero Cristo. El verdadero Cristo no es material y no está hecho de mondadientes. El verdadero Cristo es espiritual y viene del cielo.»
Lo interesante es que Bourgués no era artista; era camionero. Pero un día le nació la idea. Él podría armar un Cristo de escarbadientes. Así que compró diez cajas con diez mil palillos cada una, y comenzó a trabajar en el garaje de su casa. Gastó en total lo que en dólares sumarían cien, y tardó cinco años. Pero vio su obra consumada, y concluyó: «A Dios sea la gloria.»
¿En cuánto tiempo podría plasmarse la imagen de Cristo en el corazón de una persona? Si a este hombre le tomó cinco años hacer su Cristo de palillos, ¿cuántos años se requerirán para que la verdadera imagen de Cristo, el Hijo de Dios, se forme en el corazón y en la vida del ser humano?
Recuerdo, hace muchos años, haberle preguntado a un hombre en la república de El Salvador si era cristiano. No demoró en responderme: «¿Acaso cree que soy un perro?» Con eso me dio a entender que para él, al igual que para nuestros autores españoles de antaño, tratar a alguien de cristiano era calificarlo de ser racional. En cambio, para mí, ser cristiano era, como enseña la Biblia, ser un seguidor de Cristo.
Volviendo a la pregunta: «¿En cuánto tiempo podría plasmarse la verdadera persona de Cristo en un corazón humano?», hay que reconocer que la respuesta constituye uno de los milagros espirituales más grandes del mundo. Ocurre en un instante, aquel en que la persona —hombre o mujer— le dice al Señor: «Ten compasión de mí, que soy pecador» (Lucas 18:13).
Con el simple reconocimiento de que uno es pecador, y con un humilde y sincero arrepentimiento, en un instante se forma mucho más que la imagen de Cristo en el ser humano, pues entra a vivir en el corazón la persona de Cristo. Es lo que la Biblia llama «el nuevo nacimiento».
Abrámosle nuestro corazón a Cristo. Si le damos entrada, Él se formará en nuestra vida y hará de nuestro interior su residencia permanente hoy mismo.
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