martes, febrero 17, 2009

Viviendo bajo equilibrio

Iba a ser la gran sorpresa, una sorpresa que Olga, la esposa, y Bengt y Hans, los hijos, prepararían para Sven Ericson, sueco de cincuenta años de edad. Justo al cumplir medio siglo de existencia, la familia le daría una fiesta de cumpleaños. Él, por supuesto, no sabía nada del plan.

Reunieron a sesenta y cinco invitados. Compraron regalos, adornos y comida. A la hora que habían convenido, trajeron a Sven totalmente desprevenido a la casa. Cuando abrió la puerta, tal como lo habían ensayado, sesenta y cinco voces gritaron: «¡Feliz Cumpleaños!» Pero Sven no soportó la sorpresa, y cayó fulminado de un ataque al corazón.

Los contrastes y los extremos a veces no son buenos. Demasiada tristeza puede matar; demasiada felicidad también. No tener jamás una sorpresa hace la vida tediosa, pero una sorpresa demasiado inesperada puede ser trágica. Una vida de continuos sinsabores lo predispone a uno al suicidio, mientras que una vida de continua felicidad lo hace a uno insensible.

De ahí que lo mejor sea el término medio. Mucho dinero aísla; poco dinero aflige. La excesiva enfermedad produce miseria; la excesiva salud, engreimiento. No tener ningún amigo hace la vida solitaria; tener muchos amigos puede hacerla frívola. Ningún placer, da amargura; demasiados placeres, irresponsabilidad.

¿Dónde está la solución? En una vida sobria, mesurada, equilibrada y prudente. En saber llevar una vida disciplinada. El antiguo proverbista, el gran Salomón, entendía esta gran verdad. Por eso clamó a Dios en oración: «... no me des pobreza ni riquezas sino sólo el pan de cada día. Porque teniendo mucho, podría desconocerte y decir: “¿Y quién es el S eñor?” Y teniendo poco, podría llegar a robar y deshonrar así el nombre de mi Dios» (Proverbios 30:8,9).

La vida humana es buena cuando tiene una mezcla balanceada de placer y sobriedad, de abundancia y necesidad, de lágrimas y risa, de trabajo y descanso. Dios, el gran Artista, usa toda la gama de colores, desde los más oscuros hasta los más brillantes, para pintar el cuadro armónico de nuestra vida. La verdadera paz existe cuando se ha encontrado ese balance.

Siendo Cristo nuestro Señor, Él armoniza todo lo desequilibrado de nuestra vida. Él cambia nuestra confusión en calma. Él endereza lo torcido de nuestro camino. Él renueva nuestra vida.

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