26 Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; 27 que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo;(A) porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.
Hebreos 7:26-27
Cuando usted se siente convicto de un pecado específico, ¿cómo reacciona? ¿Se aflige por el asunto? ¿Piensa en ello con gran remordimiento durante días? ¿Afecta eso de alguna manera la rutina de su vida diaria?
Muchos cristianos se vienen abajo por completo cuando llega el momento de la convicción. Actúan como si el deseo de Dios para ellos fuera el que se regodearan en sentimientos de culpabilidad por el resto de sus vidas. Nada más lejos de la verdad.
Ayer vimos que los sacrificios del Antiguo Testamento tenían que repetirse una y otra vez. ¿Por qué razón? Porque esas ofrendas animales eran sólo un sustituto para lo que se requería en realidad: un sacrificio completamente perfecto. Esto se logró por la obra de Jesucristo. Él se presentó a Sí mismo como el sacrificio expiatorio de una vez para siempre en favor de todas las personas de este mundo. Como dice la letra del himno, Jesús “lo pagó todo” por medio de su increíble sacrificio.
Piense en ello. En el sistema humano, el sumo sacerdote introducía a un animal en el templo y lo ofrecía como sacrificio a Dios en favor del pecador. Pero en la obra de Cristo, el Hijo de Dios entró, no a un templo, sino al mismo cielo, y se presentó al Padre como el sacrificio expiatorio perfecto (He. 9:14).
Esto significa que la obra de perdón ha sido hecha. Si usted está en Cristo, entonces el sacrificio ya ha sido pagado por su pecado. Por tanto, cuando el Espíritu Santo lo convenza de pecado, resuelva el asunto de inmediato y siga adelante. No siga llevando encima el yugo de la falta de perdón que Jesús ya le ha quitado de sus hombros.
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