¡Oh, Jesús!, ¿no sabes lo enfermo que me siento? ¿No sabes lo quebrado que estoy? ¿Por qué no me ayudas? ¡Oh, Jesús!… ¿es que no te importa? | La mayoría de nosotros hemos orado así en algún momento; y nos hemos dado cuenta de que esas oraciones no dan resultado, no ponen de manifiesto el poder y la provisión de Dios y nos dejan
tan enfermos y quebrados como antes de orar.
| ¿Por qué? | Porque ese tipo de «oración» no le da a Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, ningún elemento de apoyo para poder actuar; tampoco le abre la puerta para hacer aquello que Dios le encargó que hiciera y para lo cual Él lo ungió.
Sé que esto puede ser chocante para algunos que creen que como Jesús es el Señor, puede hacer todo lo que quiera. Pero ese no es el caso. Según el Nuevo Testamento, nuestro Padre Celestial le ha dado a Jesús un ministerio especial que debe cumplir. Hebreos 3:1 nos dice en qué consiste ese ministerio. Ahí a Él se le denomina el «apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús».
La palabra profesión en ese texto puede ser traducida como confesión, lo cual se refiere a las palabras que proferimos. Su traducción literal es «decir lo mismo». Así que, según ese versículo, Jesús fue ungido para hacer realidad las palabras que
decimos cuando pronunciamos su Palabra.
A la luz de ese hecho, permítame preguntarle lo siguiente: ¿qué se supone que haga Él cuando le decimos cosas como «estoy enfermo, me duele aquí, estoy en banca rota»?
Yo se lo diré: nada. Jesús no fue ungido para atender esa clase de profesiones, ni
tampoco llamado para hacer que pasen cosas diabólicas como la enfermedad, el dolor y la pobreza. Estas son parte de la maldición, y Él ya las venció; están bajo sus pies.
«Entonces ¿por qué no me libera Él de la enfermedad, del dolor y de la pobreza?», se preguntará usted.
Pues, ya lo liberó. Por medio de su muerte y resurrección Él le dio la victoria absoluta en todos los aspectos de su vida. Pero el problema no está en lo que Él dé, sino en lo que usted reciba.
Acuérdese de las veces que usted ha tratado de sintonizar alguna estación de radio, y entenderá lo que quiero decirle. Si la radio no está en la frecuencia correcta, no podrá escuchar esa estación, ni captar lo que se transmite. ¿Qué hace usted cuando eso sucede? No llama a la estación para decirles que algo anda mal con el equipo de ellos. Tampoco se pregunta si habrán dejado de transmitir. Usted sabe lo suficiente acerca de esa tecnología como para entender que el problema no está en la transmisión, sino en su aparato receptor. Entonces usted revisa las baterías del radio o ajusta la recepción hasta que escucha la estación con buen volumen
y claridad.
Nosotros debemos tener la recepción espiritual correcta para estar sintonizados con Dios. Si no hemos recibido lo que Dios nos prometió en la Biblia, debemos dejar de
suponer que Él nos lo está negando. Al contrario, debemos confiar en que Dios es fiel y dedicarnos a investigar cuáles cambios tenemos que hacer para recibir lo que Él tiene para nosotros.
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