Piense en la persona que usted más ama. ¿Cuál es su más profunda preocupación por esa persona? Por ejemplo, si es padre, ¿es su deseo que sus hijos reciban una educación? Si eso es todo lo que desea, usted va a criar un diablillo muy listo. ¿Desea que sus hijos aprendan cultura? Si la cultura es su esperanza, todo lo que está haciendo es hacer del mundo el mejor lugar del cual irse al infierno.
“Bien ―dice usted―, yo quiero que ellos estén materialmente bien, quiero que tengan suficiente.” Déjeme preguntarle: ¿Qué importa que lo tengan todo, si un día morirán y resucitarán para enfrentarse al juicio de un Dios que no conocen?
Vea usted, Jesús vino, no como un filosofo o educador. Tampoco vino como un comunista o trabajador social. Jesús vino como Salvador para suplir a la necesidad más grande del hombre. Él anhelo que usted deber tener para sus seres queridos es que sus necesidades sean satisfechas, y la mayor de ellas es la salvación.
“Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de vida eterna” (Tito 3:4-7).
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