La fe es el aspecto más importante de nuestra vida cristiana. Sin la fe, no podemos recibir a Cristo como Salvador, confiar en que Dios suplirá nuestras necesidades o dar el fruto espiritual tan importante para nuestro crecimiento.
Pero la fe tiene una “amiga” importante que los creyentes ignoran a menudo, algo que simplemente debe ser el fruto natural de la fe, el producto del compromiso activo y maduro con Dios: las obras.
El pasaje de hoy lo dice muy claro. Al mismo tiempo que la fe conserva su importancia fundamental, Santiago nos reta a dar una buena mirada a nuestra fe en acción. No basta con orar por una persona que sufre y que padece necesidades, si tenemos los medios para atender de inmediato sus necesidades físicas. Las acciones revelan la sustancia de nuestra fe y son un producto de ella.
¿No es éste el modelo dejado por Jesús? En Hechos 10:38, el apóstol Pablo dice que Jesús “anduvo haciendo bienes”. Y nos lo hace más personal en Efesios 2:10: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. El punto es simplemente éste: fuimos hechos para ser como Cristo, quien siempre estuvo haciendo buenas obras. Si somos hijos de Dios debemos actuar de la manera en que corresponde, como un reflejo de Su Hijo.
¿Qué dicen sus obras en cuanto a su fe? Por medio de sus acciones no podrá llegar al cielo, pero si cree en Jesucristo tiene entonces la responsabilidad de ser Sus manos en este mundo que sufre.
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